CAPILLA PAPAL PARA LA
CANONIZACIÓN
DE LA BEATA MARÍA
FAUSTINA KOWALSKA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
Domingo
30 de abril de 2000
1. "Confitemini
Domino quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia eius", "Dad
gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal
118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios
de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el
Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a
los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también
os envío yo. (...) Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan
retenidos" (Jn 20, 21-23).
Antes de pronunciar estas
palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de
la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran
ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón sor
Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir
dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces ―le explicó un
día Jesús mismo― representan la sangre y el agua" (Diario, Librería
Editrice Vaticana, p. 132).
2. ¡Sangre y agua! Nuestro
pensamiento va al testimonio del evangelista san Juan, quien, cuando un soldado
traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir
"sangre y agua" (Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la
cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda
el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7,
37-39).
La misericordia divina
llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: "Hija mía,
di que soy el Amor y la Misericordia en persona", pedirá Jesús a sor
Faustina (Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad
mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y
¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives
in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su
actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de
perdón?
Hoy es verdaderamente
grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro
tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska. La divina Providencia
unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del
siglo XX, el siglo que acaba de terminar. En efecto, entre la primera y la
segunda guerra mundial, Cristo le confió su mensaje de misericordia. Quienes
recuerdan, quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos
años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres,
saben bien cuán necesario era el mensaje de la misericordia.
Jesús dijo a sor Faustina:
"La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la
misericordia divina" (Diario, p. 132). A través de la obra de la religiosa
polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del
segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se
puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más
intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
3. ¿Qué nos depararán los
próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos
saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no
faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia
divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de
sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.
Pero, como sucedió con los
Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de
la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y
repite: "Paz a vosotros". Es preciso que la humanidad se deje
penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El
Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos
separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del
amor del Padre y la de la unidad fraterna.
4. Así pues, es importante
que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en
este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se
designará con el nombre de "domingo de la Misericordia divina". A
través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la
misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios,
suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna.
Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la
misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con
los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia" (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló,
además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los
pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los
hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales
como espirituales.
Su mensaje de misericordia
sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que
sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor
Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su
existencia un canto a la misericordia: "Misericordias Domini in aeternum
cantabo".
5. La canonización de sor
Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy
este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que
aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero
rostro de los hermanos.
El amor a Dios y el amor a
los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la
primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los
hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5, 2).
El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y
su criterio radican en la observancia de los mandamientos.
En efecto, no es fácil
amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este
amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando
nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser
capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de
gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!
En la medida en que la
humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible
realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: "En el grupo de
los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y
nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Hch 4, 32). Aquí la
misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en
proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras
de misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se
transformó en hacerse concretamente "prójimo" de los hermanos más
indigentes.
6. Sor Faustina Kowalska
dejó escrito en su Diario: "Experimento un dolor tremendo cuando observo
los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi
corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también
físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al
prójimo" (p. 365). ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se
mide según el amor a Dios!
En este amor debe
inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de
las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la
dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es,
implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona
es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el
Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.
7. Este mensaje consolador
se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o
abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la
vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se
presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que
parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden
esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en ti
confío", que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este
sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un
rayo de luz en la vida de cada uno.
8. "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 89, 2). A
la voz de María santísima, la "Madre de la misericordia", a la voz de
esta nueva santa, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con
todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra
voz.
Y tú, Faustina, don de
Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia,
concédenos percibir la profundidad de la misericordia divina, ayúdanos a
experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu
mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores
a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y
las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando,
juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos
nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza:
"Cristo, Jesús, en ti confío".
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